Pepita nunca había visto un rocódromo, contempló por un momento la pared vertical y aquellos salientes clavados de forma desordenada como las espinas de un cáctus. ¿A que nadie se atreve a subirse? Lo pensó un momento, luego se acercó, primero una mano, un pié, después el otro, y así empezó a avanzar paso a paso, como ha hecho casi todas las cosas a lo largo de su vida, sin hacer mucho ruido pero con decisión. Pepita estaba de vacaciones, acababa de cumplir noventa años.
Josefa Caballero, “Pepita” nació en O´Donnell y vivió en La Elipa y como a muchos de los niños grandes que conocemos en Vidas Mayores, la Guerra le atropelló la infancia. Con 13 años estuvo a punto de ir a Rusia junto a sus cinco hermanos, al final la evacuaron a Murcia. “ En La Elipa caían los obuses y como mi padre trabajaba en un tejar fabricando ladrillos, nos íbamos toda la familia y nos tumbábamos bajo los bloques de tejas, y nuestros padres se aplastaban contra el suelo y nos abrazaban, recuerdo que los cazas pasaban volando muy cerca”,
“El patio de casa estaba lleno de los casquillos de los fusiles, nosotros los recogíamos y jugábamos a coleccionarlos”.
Tras un par de años tuvo que dejar el colegio, aunque le dio tiempo a aprender a leer y escribir, a los doce empezó a trabajar y no ha parado hasta hoy, ayudó a su madre que trabajaba en maternidad a cuidar niños y ahí entró en una casa particular. “Me recogían en un coche enorme que a mí al principio me daba un miedo terrible subirme”, recuerda entre risas ”era tan pequeña que me tuvieron que hacer un taburete para llegar a la pila de lavar la ropa de los niños”, Y así se le iban los días, mientras miraba por la ventana de la cocina el patio donde trabajaban los mecánicos de un taller, hasta que un día se echó novio. “En aquella época en Semana Santa se las niñas hacíamos la carrera de las siete iglesias, entrábamos a misa y los chicos nos esperaban en la puerta, uno de ellos casualmente trabajaba el taller” .
Recuerda que en el centro del patio había un tonel enorme de color gris, “él escribía con tiza todos los días a la hora que podíamos quedar y yo entonces bajaba con la niña de la casa que aún era pequeña con la excusa de buscar leche” y bajo este código se fueron sucediendo los paseos. “Fue durante “el año del hambre” y la gente lo pasaba muy mal, yo procuraba esconderle bocadillos en la cántara, después con los años él me decía de broma que que caro le salieron aquellos bocadillos”.
Pepita se casó y rápidamente se quedó embarazada, se mudaron a las cercanías de López de Hoyos, , “. Compartiría más de medio siglo junto a su marido “la verdad es que en general nos hemos llevado bastante bien”, con el que emprendió varios proyectos juntos; una tienda de retales, un ultramarinos y con el sólo recuerda alguna disputa en la época en que era acomodador en el Santiago Bernabéu y ella aunque no le gustase el fútbol acudía a los partidos para que no se escapase después “de juerga con los amigos”.
Pepita tiene 2 hijas, 6 nietos, 11 biznietos y una tataranieta de 12 años. Confiesa que su mayor sueño sería poder reunirlos a todos por su cumpleaños. Mantiene un contacto regular con muchos de ellos pero vive sola en su casita baja de López de Hoyos como ha hecho desde hace más de sesenta años. “Aquí puedo levantarme cuando quiero, salir y entrar sin tener que dar explicaciones a nadie, no me apetece ser una molestia ni ir a otro lado. Mucho menos a una residencia, al menos mientras yo pueda valerme por mi misma”.
Y Pepita puede valerse por si misma, aunque enfile el camino de sus 91 años, sus movimientos demuestran una agilidad y una energía sorprendentes. “Todo el mundo piensa que tengo setentaytantos”, hace un par de años me regalaron un bastón,
“aún lo tengo colgado desde ese día, ¿Para qué quiero yo un bastón?”.
Lo que si le da miedo son algunos cambios que ha empezado a notar últimamente, la memoria ya no es la que era “ a veces no recuerdo como se escribía alguna palabra, y si al comenzar la frase debería hacerlo con mayúscula o minúscula, entonces intento hacer algo que se parezca a las dos, algo así “aA” .Pero por supuesto ella no piensa rendirse, la semana que viene se ha apuntado a un taller para ejercitar la memoria y prevenir esa enfermedad terrible cuyo nombre no quiere citar.
Otra cosa que a veces asusta a Pepita es la soledad, sobre todo por las noches, ”a veces piensas que pasaría si te ocurre algo y estás sola”, “la soledad es una de las peores cosas que te puede pasar cuando te haces mayor, yo tengo una familia grande y mantengo relación con la mayoría, aunque me gustaría que me hiciesen más compañía, muchas veces les digo de broma que con todos los que somos si se turnasen para llamarme todos los días, jamás estaría sola”.
Pero Pepita tiene suficientemente llenos los días, con su grupo de gimnasia ( hace poco me llevaron como un ejemplo a un gimnasio para que enseñase los ejercicios que aún hago con la pelota), las visitas a las hermanas Padilla que viven en el barrio o sus amigos del Centro de Día donde come casi todas las mañanas” sale prácticamente gratis y como la pensión que me ha quedado es de apenas 400 euros, me viene muy bien”.
Y así vuelan los minutos junto a Pepita mientras te ofrece “cocacolas” y te regala sonrisas que te transportan inevitablemente a tus siete años y al camino ya olvidado de la abuela que todos perdimos alguna vez. Una vez Pepita acudió a ofrecer una charla al colegio Brains para explicarles a ochenta alumnos de doce años lo que significaba ser mayor, y cuál era la labor de Amigos de los Mayores. Una hora después coreaban su nombre mientras ella muerta de risa les daba besos. “Una niña me contó que su abuela estaba enferma y que se había olvidado de muchas cosas y ella la ayudaba a ponerse las zapatillas todas las mañanas.”.
A ella le gusta ir de vacaciones; charlar con los otros mayores de la Fundación, dar paseos y jugar a las cartas. Las últimas fueron en la Sierra de Gredos. Una mañana acudieron al Centro de Conservación Natural y allí Pepita vio por primera un rocódromo. ¿A que nadie se atreve a subirse? Lo pensó un momento, luego se acercó, primero una mano, un pié, después el otro, y así empezó a avanzar paso a paso, sin hacer mucho ruido pero con decisión como ha hecho casi todas las cosas a lo largo de sus noventa y un años, como seguirá haciéndolas en los muchos que aún le queden por cumplir, así hasta que un día se haga mayor.
Pepita está en Amigos de los Mayores desde hace cinco años, normalmente participa en actividades, salidas y excursiones con la Fundación. No ha pedido un voluntario fijo , “porque de momento hay otras personas mayores que lo necesitan más que yo”. En una de esas excursiones conoció a las hermanas Padilla, “viven cerca de casa, y nos llamamos casi todos los días y salimos a dar paseos o al 101 montaditos. Nos hemos hecho muy amigas”.
Pepita a su edad ha descubierto una vocación. Ha participado en los últimos cortometrajes de sensibilización que Amigos de los Mayores ha preparado para el 1 de Octubre. En Invisibles recitó seis o siete frases sin apenas ensayo demostrando que lo suyo es la interpretación.”Me lo pasé fenomenal, y estoy dispuesta a repetirlo en cuanto pueda” nos cuenta entre risas.De momento pregunta cuando es la próxima visita al Thyssen y que más cosas haremos, porque Pepita no está dispuesta a quedarse en casa.