Aquel 23 de Diciembre de 1975, Magdalena llegó como siempre temprano al trabajo. Bajó hasta Gran Vía sin percatarse del sonido de los transistores, ni de los rostros ansiosos que se agolpaban ya en las cafeterías. Murmurando contra el frío del invierno enfiló la avenida en dirección hacia el número 31. Allí una nube de paparazzis le cerró el paso, los flashes se encendieron disparándole un batallón de preguntas. Aquel 23 de Diciembre de 1975 Doña Manolita, la administración de lotería más famosa de España acababa de vender el premio gordo y Magdalena Coronado era la responsable.
En la mayoría de ocasiones una vida se define por cuatro o cinco momentos rutilantes que construyen nuestra tarjeta de visita, esa que presentamos a los desconocidos. Sin embargo a veces los propios protagonistas rebajan su importancia mientras se ilusionan con instantes en apariencia muchos más comunes pero que marcaron de forma decisiva sus recuerdos . Es el caso de Magdalena cuando comenta apenas con indiferencia burlona sus diez minutos de fama. En cambio se emociona al hablar de su infancia en el pueblo de Villamanrique de Ciudad Real. Allí destinaron a su padre, del que aprendería su primer oficio con apenas once años, el de cartera.
“Con apenas once años llevaba las cartas en una bolsa de tela y hacía el reparto por el pueblo para que mi padre el cartero oficial pudiese dedicarse a su otro trabajo en la construcción, me gustaba mucho y conocía a todos los vecinos”.”En aquel momento las cartas eran el único método que la gente tenía para comunicarse, por lo que entregar la correspondencia era muy importante. Aún recuerda sus primeros años cerca del parque de Cabañeros, sus compañeros de juego y las tardes en la naturaleza contemplando la berrea de los ciervos. Tuvo la suerte de poder asistir a la escuela hasta los catorce años a pesar de proceder de una familia humilde.
”En mi casa no pasamos hambre, teníamos algún animal para comer pero si teníamos mucha necesidad y vivíamos con lo justito.”
La juventud la sorprendería en Madrid donde se mudó en busca de oportunidades laborales, y ahí comenzaría un idilio con la Gran Vía que duraría cerca de veinticinco años. Entrando y saliendo de sus establecimientos, primero en las cafeterías aledañas, después las administraciones de lotería y finalmente en sus cines. Trabajó en Doña Manolita y en la Administración de Callao, recuérdala Gran Vía repleta de cines, teatros y mil luces y especialmente “La cantidad de horas que se trabajaba, apenas podía decir que vivía en Madrid” . A su administración acudían personajes conocidos como Tony Leblanc, los Gutiérrez Cava, Joaquín Prats o al popular locutor Bobby Deglané “Siempre preguntaba por la señorita de los ojos de gata” confiesa con coquetería.
Aquel trabajo duro aunque interesante suponía un escaparate formidable para conocer al género humano, a veces hasta para descubrirse a sí misma. Como aquella vez en que un cliente especialmente antipático tiró un premio de 80.000 pesetas a la papelera y ella corrió a llamarlo para devolvérselo. Desde su puesto en la administración de Lotería y tras la taquilla del cine, Magdalena contemplaría como un testigo privilegiado los acontecimientos que irían cambiando Madrid y España durante las tres últimas décadas.
Los años fueron pasando y mientras ella despachaba décimos los escaparates de la Gran Vía se cerraban de puro pánico al paso de Carmen Polo, la mujer de Franco con su fama bien ganada de mala pagadora. El asesinato de Carrero Blanco y las llamadas nerviosas de su hermano la sorprenderían comprobando un premio. Los años fueron pasando y el golpe de Estado lo vivió en una lotería cerca de Quevedo donde como ella recuerda “La dueña a pesar de ser viuda de un militar del régimen era de izquierdas”. Habría más inviernos mientras ella vendía las entradas del estreno de Emmanuelle a una cola que “daba la vuelta a la esquina”.
Un día Magdalena abandonó la Gran Via y se retiró del todo a su casa de Prosperidad para cuidar de sus padres hasta que ellos murieron. A pesar de su estupenda terraza Magdalena sobrevive con una pensión de apenas 400 euros. ”Yo no me deprimo, me cojo lo mejor del día, y lo mejor de la vida, a veces somos muy duros con nosotros mismos y la perfección no existe. Ella ya hace tiempo que dejó de ajustar cuentas consigo misma. Tan sólo lamenta no haber podido estudiar un poco más para saciar su curiosidad, que al ser una mujer espiritual la ha llevado a transitar desde su catolicismo militante a interesarse por el budismo. “No dejamos de pensar en nuestros problemas, pero hay que verlos con más distancia, yo me aplico siempre lo del aquí y ahora”.
Nunca conoció a la persona que recibió el premio gordo, una vecina le enseñó la fotografía , con el tiempo se enteró de que había montado un bar. Aquel 23 de Diciembre de 1975, Magdalena llegó como siempre temprano al trabajo, su jefe le abrió la puerta y le ordenó que dijese a los periodistas que habían repartido más de 400 millones de pesetas. Hoy recuerda aquello con una sonrisa distante, la que proporciona el paso de los años que desnuda los instantes fugaces y deja inevitablemente algunas cartas no entregadas. Después de todo como ella señala los ciervos tiran su cornamenta cada año para que les nazca una nueva,” con una punta de más”.
Magdalena y Cristina Llevan juntas cerca de tres años, suelen bajar a dar un paseo, a veces se quedan en casa y toman algo mientras hablan de todo lo inimaginable, a las dos les interesa el budismo y suelen intercambiar experiencias. Magdalena le cuenta cosas sobre su infancia en el pueblo y los animales para hacerla reir. Magdalena no recibe muchas visitas y para ella Cristina ya es una amiga más.