“¿Has comprado ya la Lotería?”, “No, esta semana no”. Lorenzo saluda a Ramón, sentado en la silla de ruedas junto a la puerta del ascensor. Mientras subimos me cuenta que “compra un décimo todas las semanas , yo ya hace tiempo que dejé de hacerlo, casi nunca toca. Ramón es de Segovia y está loco por comer cochinillo, a mí lo que me gusta son las chuletas de cordero, me dejan un color de cara estupendo, con tanto puré me estoy poniendo amarillo”.
La Residencia de mayores de Goya suele comenzar su actividad a las seis de la mañana, para entonces Lorenzo lleva una hora despierto y ha colocado ya todos los avisos y el horario en el tablón de anuncios de recepción. Después suele jugar una hora al ajedrez antes del desayuno, normalmente con el cocinero.
El cuarto de Lorenzo es sencillo; una cama, unas estanterías y un armario del que cuelga su ficha de residente. También una bonita terraza que comparte con otras tres personas y desde la que se ve el Pirulí. “ Con algunos me llevo mejor, con otros un poco peor porque a mi no me gusta cotillear. Con la mayoría bastante bien, sobre todo con Luís, vivía aquí en la 7, se puso enfermo y lo mandaron abajo. Tiene cosas interesantes que contar y ha viajado mucho, fue marchante de arte”.
“Ya ves al final todos terminamos en el mismo sítio”.
Lorenzo también tiene cosas interesantes que contar y lo hace en el salón común de la Residencia, está molesto porque se le ha estropeado el Sonotone y no se lo traerán hasta el lunes. Le escribo algunas preguntas en el cuaderno de notas con letras mayúsculas, otras veces no hace falta y me lee los labios. Tras cuatro párrafos de rodeos aún me cuesta trabajo presentar a una persona tan compleja como Lorenzo, pero podríamos empezar diciendo que vive en la Residencia de Goya donde ya es una institución desde hace 8 años.
Por supuesto antes tuvo una vida diferente, tuvo mil vidas y podríamos contarlas todas. Podríamos decir que nació en Cazorla hace 82 años, que durante la Guerra lo mandaron a Francia unos años, aunque apenas recuerda nada de francés, que se estableció definitivamente en San Rafael donde aprendió a amar la montaña y se convirtió en un esquiador magnífico. Podríamos hablar de su amistad con “El Cordobes” o de su paso por el ejército donde aprendió a boxear.”Eramos un batallón de ochenta y en el torneo los fui derribando uno a uno, hasta que me cogió un tío de Valencia que era profesional, en unos segundos estaba en la lona, al final quedé cuarto”. Quizás podríamos detenernos en cómo empezó a trabajar de camarero con apenas doce años, trabajo que ya no abandonaría durante el resto de su vida, y de sus experiencias en “La Bohemia” de Barcelona o en aquella vez en que estuvo a punto de irse a Estocolmo a trabajar al Ritz, al final el permiso de trabajo no llegó a tiempo.
Podríamos centrarnos en todo eso pero no lo haremos, hablaremos de otra cosa. Hay vidas que se definen en un solo instante, que brilla como una gema cada vez más aquilatada por el tiempo, a su lado el resto de experiencias vitales se convierten en pedruscos vulgares. Hace cincuenta años Lorenzo conoció a María. “Era jefe de comedor en un restaurante de Andorra, entró al comedor y me pareció la mujer más guapa que había visto nunca. Me miró y cruzamos cuatro palabras, a los tres meses estábamos casados” y ya no volvieron a separase.
Compartieron juntos 32 años, “los más felices de su vida”. Su mujer tuvo dos abortos y no llegaron a tener hijos pero tampoco les hacía falta, se entendían bien. A Lorenzo le gusta hablar de María y recordar aquella vez en que acogió a un drogadicto que había encontrado en la calle durante meses y consiguió rehabilitarlo o de sus viajes, o de cómo ella quiso seguir trabajando cuando se casó con él, a Lorenzo le gusta mucho más hablar de María que de él mismo”.
Un día María comenzó a perder sus recuerdos, el médico le dijo que tenía Alzheimer, “Tete perdóname porque te voy a hacer mucho sufrir” me dijo,” Empecé a mirar una Residencia para irnos los dos donde la cuidasen y yo pudiese estar con ella” No les daría tiempo a estrenar su nueva casa, María murió a los pocos meses, apenas tenía 68 años. Lorenzo entonces decidió mudarse solo a la Residencia “quedarme solo en el piso con tantos recuerdos era duro, así que me vine”.
A las 10:00 de la mañana Lorenzo hace gimnasia, después lee el periódico o sale a comprar algo. Antes solía hacerles recados también a los demás pero se lo han prohibido por si se cae en la calle. A Lorenzo le gusta echar una mano siempre que puede y en la Residencia los celadores le llaman el Samaritano
“Al final te das cuenta que ayudar a los demás te hace más feliz y hace que vivas más años”.
El almuerzo es a la 13:30, a Lorenzo no le gusta el puré, pero tiene una nevera en su cuarto atiborrada de manjares, cuando subimos me ofrece jamón y unas fresas jugosas del tamaño de un corazón palpitante.” Lo que más me gusta es el Cuny, un vasito de vino nunca hace daño”. Por la tarde ve la tele, o descansa en la terraza, de vez en cuando sale a dar un paseo. “Esa es mi vida ahora, lo malo es que cada vez voy a menos, antes estaba ocupado a todas horas”. Pero Lorenzo no es alguien que pierda mucho tiempo en lamentaciones, o autocompadecimientos. Te saca una sonrisa de Galán y se pone a recordar sus últimas vacaciones en Gredos, o cuando protagonizó un vídeo, a sus novias de juventud, a María.”En realidad disfruto más de mayor que de joven, no he parado de trabajar desde los 12 años, me salía hasta sangre de los callos de los pies”.
Dejamos el comedor donde dos ancianas en silla de ruedas miran por la ventana con la mirada perdida, de vez en cuando se quejan débilmente. Lorenzo las saluda al pasar, no contestan y sólo miran por la ventana.” La verdad es que aquí tengo amigos y me llevo bien con todo el mundo, aunque algunos dicen cosas raras, Te preguntan cosas como a qué hora pasa el coche de las siete. ¿Pues a qué hora va a pasar? A las siete”.
Por la noche Lorenzo ve la tele, juega una última partida de ajedrez, le da un beso a la foto de María antes de dormirse. “ Lo que más me gusta de vivir aquí es el cariño de la gente, ¿A dónde voy a ir solo?”.
Amigos de los Mayores, realiza actividades de acompañamiento en la Residencia de Goya desde hace siete años. Un grupo de 3 voluntarias acompañan a 20 personas mayores.”Suelen venir los jueves por la mañana, Karen, María y Marisol damos un paseo y ahora cuando hace buen tiempo nos sentamos en la plaza de al lado a tomar algo”.
Lorenzo disfruta especialmente en las fiestas y las vacaciones de la Fundación, “me gusta charlar y conocer gente nueva” ha hecho de actor, galán y embajador para nosotros, su fotografía representa la cabecera de Vidas Mayores. “Cuando los voluntarios llegan parece que hasta la Residencia cambia y tiene más luz”.