Irene sonríe al recordar sus novios en su juventud, tuvo varios, el primero se murió, luego vino otro, y luego otro. De la mayoría se acabó cansando y al final eligió vivir sola. No se arrepiente aunque confiesa que le hubiese gustado tener hijos. De sus novios coleccionó un arsenal de recuerdos con los decorar su vejez. Hoy disfruta de la soledad, de sus sobrinos y de su casa, sobre todo de su casa, luminosa y alegre, esa en la que confiesa traviesa se permite el lujo de levantarse tarde ahora que ya no tiene que trabajar. La misma en la que recibe a Ana la nueva amiga que la visita todos los miércoles desde hace más de un año. Una amistad que tiende puentes con naturalidad a los casi sesenta años que la separan, y por esos puentes desfilan amores pasados y futuros, risas y confidencias. Ana nos dice que Irene se ha convertido en una amiga más sólo que mucho mejor porque tiene más experiencia, Irene como cada semana se atreve con un truco y le pide que escoja una carta. Hace más de un año que los miércoles de las dos se han llenado de magia.