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Carmen: “Siempre he tratado de hacer el bien a todo el mundo”

Abr 1, 2013

Carmen tiene 91 años, suele subir los siete escalones que la separan del cuarto piso; unos, dos, tres, cuatro, cinco… tres veces hacia arriba, tres veces hacia abajo. En la mesa de su salón se amontonan montañas de papeles del médico y de su pensión. Insiste a Rosa su voluntaria que les eche un vistazo antes de irse. Carmen aún puede hablar fluidamente el francés pese a que ya no recuerde muchos detalles de sus años en Marruecos y lo mismo se arranca a cantar una copla o un pasodoble con sentimiento  que lanza críticas furibundas  a la clase política del país. A Carmen le gusta su casa y no quiere dejarla. A Carmen lo único que le da miedo es perder la cabeza.

Su infancia transcurrió en el jienense pueblo de Martos, entre ocho hermanos. Vivían de la cría de unos pocos animales como pollos o pavos y su situación relativamente acomodada les permitía socorrer a otros habitantes del pueblo .”Aún recuerdo durante la Guerra Civil cuando mi padre abría el portón de nuestro patio y la gente huía por ahí a las huertas y se refugiaba bajo los árboles”

Carmen ha sido religiosa durante más de cincuenta años, sintió muy pronto la llamada de la vocación y con apenas 15 años se unió a las monjas franciscanas con las que había estudiado de pequeña. “Siempre tuve muy clara mi vocación, para mí era una forma de ayudar a las demás, nunca me he arrepentido de tomar esa decisión”. Esa decisión la llevó por la mayoría de barrios de Madrid durante años cuidando en hospitales a niños y ancianos enfermos. Esa decisión más tarde la llevaría al corazón de Montparnasse y a pasar varios años en París,

“Recuerdo que París  me encantó, me parecía preciosa, pasé muy buenos años allí”.

Su periplo como religiosa le reservaba aún una parada más exótica,  Marruecos donde estaría varios años entre Casablanca y Tánger. “Me impresionaban los autobuses llenos con gente hasta en el techo, las llamadas de los almuecines en las mezquitas, los olores, todo”.  Adoraba a la gente allí y a pesar de ser católicas nunca tuvimos ningún problema”.  “El rey de Marruecos Mohamed V a veces visitaba a la congregación y se reunía con nosotras para cenar, nos preguntaba por la situación de los pobres”. 

El carácter intrépido de Carmen la ha llevado por un camino de encuentros y desencuentros con varios personajes conocidos. Aún recuerda cuando la dejaron entregarle al ex presidente  Aznar una carta en la que se quejaba de su pensión. “Le dije que no había derecho a que las personas mayores malviviésemos con este dinero mientras  que ellos derrochan tanto en viajes y coches oficiales, me escuchó pero no me dijo nada”.

Tras dejar los hábitos, Carmen se vio en grandes dificultades económicas, con una pensión de apenas 100 euros al mes. Con sesenta y tantos años volvió a Francia a trabajar como niñera y profesora de español para diversas familias. Gracias a ambas pagas logra sobrevivir en su piso de Cuatro Caminos. Ella nunca ha dejado de lado su espíritu solidario, ese que le deja los bolsillos vacíos y el corazón lleno. Esa vocación a veces casi suicida de ayudar a los demás es lo que la mantiene viva , esa que la llevó a acoger a una vecina imposibilitada en su casa cuando apenas tenía para comer, a ofrecerse para cuidar desinteresadamente a cualquier amiga o vecina del barrio.

Tras haberse pasado media vida cuidando a ancianos en hospitales,  a sus 91 años Carmen sabe que algún día tendrán que cuidar totalmente de ella. Duda si irse a una residencia y de momento distrae las horas con Rosa su voluntaria y Raquel una señora que se queda a dormir en su casa por las noches.

“Yo he bañado, lavado y cuidado de un montón de ancianos, siempre me han despertado mucha ternura, ahora yo misma soy una anciana”.

Hace pocos años Carmen recibió una propuesta; participar en la obra “Cuerpos dejan cuerpos” que el grupo teatral  “Los Hedonistas” iba a representar sobre la situación de soledad que sufren muchas personas mayores.  Le ofrecieron un pequeño papel  en el que dio un emocionante testimonio. Respondiendo a la pregunta sobre donde prefería morir “Yo prefiero morir en la calle, porque así descubrirían mi cuerpo, imagínate si vivo sola y mi cuerpo se pudre y nadie lo encuentra”. Carmen aún recuerda los aplausos con que la despidió el teatro y una sonrisa le desborda la cara al recordarlo.

Carmen hoy no está sola y aunque tiene miedo a perder la cabeza, sabe que por su casa pasan muchas personas que la quieren y la cuidan. No sabe si tendrá que irse a una residencia pero de momento su diminuta figura  desprende energía, no para de moverse por la casa y de ofrecernos dulces y refrescos mientras ríe con sus ojos vivarachos y de vez en cuando sube y baja los escalones de su edificio para hacer ejercicio, uno, dos, tres…. mientras desfilan por su memoria el Sacre Coeur, y las mezquitas de Casablanca, cuatro, cinco… y reyes africanos  y ex presidentes mudos, seis y siete y toda una vida dedicada a ayudar a los demás siempre hasta el último aliento. 

Carmen y Rosa  llevan viéndose más de tres años. Juntas salen a dar un paseo, charlan o hacen algo en casa. Con el paso del tiempo Rosa se ha convertido en alguien muy especial en la vida de Carmen. Además ella le ayuda con el papeleo o le acompaña al médico. Las relaciones sociales con sus amigas han disminuído para Carmen por ello agradece la visita semanal de su voluntaria.

Justo al empezar la entrevista Rosa se despide ella con una sonrisa cariñosa le dice que la volverá a llamar por teléfono en cuanto llegue a casa. Ahora Rosa se va una semana de vacaciones a Marruecos, donde también residió Carmen. Ella la observa y le pregunta con inquietud cuando va a volver, extrañando ya a su amiga.