Luisa y Faustina  alternan las voces  al recibirnos, Faustina  y Luisa hablan por turnos, asienten, corroboran y se interrumpen en el momento adecuado. Dominan el arte de la conversación  a dúo con la destreza de los que llevan más de setenta años dándose la réplica.

Luisa y Faustina  no siempre fueron sólo dos, en ocasiones extrañan el bullicio, las risas y las voces múltiples de un batallón de niños que marcó el camino extraviado de su infancia. Las paredes de su casa lucen orgullosas algunas fotos, vestigios orgullosos de los Padilla, una familia numerosa. Un cuadro con seis chicas por un lado, otro con cinco chicos por el otro.

“Siempre estábamos riéndonos aunque no tuviésemos para comer, éramos una familia grande pero muy normal, no recuerdo una sola pelea entre los hermanos” -Nos cuenta Luisa – Una infancia dura una vez que sus padres emigrantes de Jaén decidiesen mudarse a Madrid buscando mejor fortuna y se estableciesen en un piso en el que los once hermanos desbordaban las habitaciones. Faustina se extraña ante las familias con un solo hijo, “recuerdo que mi madre nos hacía los uniformes y las camisas a partir de una sábana, íbamos todos iguales pero limpios”.

La armonía familiar durante sus primeros años sólo se vería rota por la guerra  cuando la mitad de ellos fueron evacuados a un pueblo de Valencia, en un goteo interminable de despedidas  y lamentos que atronaban las calles del pueblo cuando se fueron separando los Padilla  “La sensación de separarnos aquellos días fue terrible, nos veíamos muy poco y nos echábamos muchos de menos”.Faustina por el contrario se quedó en Madrid y aún recuerda el sonido de las bombas en la capital y como las balas entraban por el salón mientras su madre la cogía en brazos y se echaban cuerpo a tierra.

El final de la guerra sería letal para la familia, su padre  perdió su empleo  una fábrica de ladrillos y tuvieron muchos problemas para subsistir. La salvación llegaría en forma de un batallón de soldados alemanes acampados en un terraplén frente a la esquina de su casa en Bravo Murillo. “Mi madre era costurera y siempre la reclamaban para que les arreglase un botón o les remendase una camisa, durante aquellos meses tan terribles pudimos subsistir gracias a ellos “ recuerda Luísa.

La aguja y el hilo han ido tejiendo  el devenir de la familia a través de los años en una destreza heredada. “Un día vi un anuncio en el antiguo diario Ya, necesitaban sombrereras, había que ayudar a la familia y con 13 años me salí del colegio y me puse a trabajar, poco después vendría Luísa, más tarde Isabel… “y así la mayoría de la familia pasó a estar ligada a aquel taller, que con el tiempo y tras ser abandonado  por su propietario sería regentado por ellos.

“Hacíamos sombreros de paja, de fieltro, de pana…la mayoría para niños y jovencitas, nos los pagaban a peseta”.

”No ganábamos casi nada y pasábamos muchas penalidades Rufina cortaba las piezas y yo las cosía, la mano no me impedía trabajar” Luisa se mira satisfecha el muñón, producto de un accidente doméstico cuando apenas tenía dos años.

Arrinconadas en una mesilla un grupo de muñecas infantiles contemplan impasibles nuestra charla, Faustina se acerca y nos enseña una de ellas que luce un sombrerito diminuto  como tocado. “Esto es lo que hacíamos, fuimos sombrereras durante más de cincuenta años”. Los sombreros dejarían paso a la fabricación de  las boas, muy de moda en los años sesenta. “Podemos decir que inventamos  un método para  hacer que las boas se rizasen, metíamos el bramante  en una olla express  y le dábamos presión” Faustina ríe al recordarlo “Hemos hecho de todo, turbantes, bolsos, pañoletas….” Y así entre desencuentros con socios que intentaban explotarlas, jornadas laborales de 15 horas, y madrugadas heladas aliviadas con poco de coñac fueron pasando los años para las hermanas Padilla, lentamente, puntada a puntada avanzando en el telar del tiempo.

“Hemos sufrido mucho, por eso ahora con la crisis me da miedo que volvamos a aquella época” ,

Luisa reflexiona  “aunque la situación de ahora no es comparable con las penalidades que pasábamos aquellos años”. Sin embargo no todo fueron momentos duros y las dos se ríen cuando recuerdan como compraron su primer 600 color aceituna y salían de excursión las cinco hermanas juntas mientras un coro de bocinazos masculinos atronaba la carretera. Santander, Cartagena, Los Picos de Europa excursiones en las que el 600 sería sustituido por un 850 azul y más tarde por un precioso Ford Rojo que Faustina eligió, “cada hermana iba escogiendo el color del coche siguiente, no sabíamos ni cambiar una rueda y la mayoría de las veces tenía que solucionarlos los problemas la policía, se quedaban a cuadros al ver a cinco mujeres viajando juntas en un seiscientos”.

Contemplan la vejez con optimismo pese a los achaques “Hemos sufrido y disfrutado mucho, la vida no era fácil, pero en conjunto estamos mejor en muchos aspectos que cuando éramos jóvenes, vivimos un poco mejor, hacemos excursiones… eso sí echamos mucho de menos a muchos de nuestros hermanos…” Y las miradas se desvían hacia los cuadros de la pared  ajados por el tiempo y las ausencias”. De los 11 hermanos tan sólo quedan ya tres.

Nos despedimos de ellas  que menudas y sonrientes nos van enseñando su casa  y se ríen de hasta el nivel llega la sincronización de sus pensamientos “Cuando a una le duele un brazo izquierdo a la otra el derecho y así”, cuenta Faustina “Si ella va a algún sitio yo voy detrás, a veces nos tropezamos y  le pregunto ¿Pero a donde vas?”  Luísa se queda seria  de repente “Pues a donde vayas tú”.

Luisa y Faustina pertenecen a Amigos de los Mayores desde hace tres años. Vivían aún con su hermana Isabel cuando un día se les estropeó la calefacción y se les inundó el piso. Servicios Sociales del Ayuntamiento les recomendó que acudiesen a nuestra Fundación para estar más acompañadas

Meses después Laura entraba en su vida, juntas pasaron dos años estupendos de encuentrso y meriendas, para las tres hermanas se convirtió en algo parecido a la hija que nunca tuvieron. Un día Laura cambió de trabajo y tuvo que mudarse a Valencia, allí conoció a alguien y construyó una nueva vida. Laura se casó en Sevilla su ciudad natal,hace apenas unas semanas.Continúa llamando a las hermanas Padilla todas las semanas.