Fernando dejó de estudiar pronto, con quince años. Siempre fue un niño inquieto, aún reluce en su cara una sonrisa pícara cuando nos explica como clavaba alfileres en el cojín del profesor o hacía estallar las bombillas de clase metiéndoles dos monedas dentro. Fernando, con quince años dejó de estudiar pero comenzó a vivir. Su existencia es un rosario de proyectos, resurrecciones y reinvenciones imposibles, un monumento al trabajo. Fernando es un antecedente bravo y adusto de ese concepto tan manido que hoy llamamos “emprendedor”. A pesar de que convive con la enfermedad del Parkinson desde hace cerca de veinte años, él le roba espacio e importancia a base de nuevos proyectos y los múltiples hobbies que le decoran los días.

Tras dejar los estudios su primer paso sería comenzar en la empresa de transportes familiar, siempre desde abajo, “el primer día aparecí en chaqueta dispuesto a entrar al despacho pero mi padre me puso a descargar camiones”. Con apenas veinte años, curtido entre camiones y mil discusiones con la policía de aduanas, decidió diversificar el negocio y la vida.; No sabiendo por dónde empezar, decidió hacerlo una vez más desde el principio, por la infancia, Fernando montó una juguetería. En los setenta tenía ya tres, una en su Calle Áncora natal, otra en Santa María de la Cabeza y la última en Málaga.

“El negocio de los juguetes en ocasiones es como una quiniela no sabes cómo acertar”, él se jugaba el negocio en Navidad tratando de calibrar con el resorte que moverían las mentes infantiles. Recuerda cuando acertó el disparo con las “Cerbatanas jíbaro” cuando a pocos días de Reyes aún no había vendido ni una, la misma noche se agotaron en todo Madrid, corrió la voz, y una multitud se despeñaba a las puertas de su juguetería agotando las 400 que tenía encargadas. Fernando siempre ha sido un hombre certero y con olfato, así entre repuestos de scaléxtric, trenes y pelotas transcurrieron sus noches de enero “A veces mis hijos tenían que dejar para última hora sus juguetes porque faltaban existencias”.

Las grandes superficies acabarían con el negocio y a mediados de los ochenta tendría que rezar. No perdió mucho el tiempo acurrucado en sus lamentos, meses después había montado junto a su mujer un negocio de corte y confección de trajes de sevillana.” Yo lo cortaba, y mi mujer que era una excelente costurera los cosía, fui aprendiendo sobre la marcha, estuvimos 15 años, hasta el 99 cuando mi mujer se puso enferma”.Fernando contaba en esos momentos con 50 años, nada parecía presagiar que sus próximos años los pasaría en el teatro.

En su búsqueda denodada de empleo se metió con EASA en el teatro Calderón, pasaría también por el Reina Victoria y el Cómico. Empezando de acomodador acabó haciendo un poco de todo, entre otras cosas subir y bajar el telón de la función.“Recuerdo una vez que el telón se atascó, di un fuerte tirón y el telón se quedó a media altura, los autores tuvieron que salir a gatas a saludar, Aurora Redondo me quería matar con la mirada”, cuenta entre risas. Confiesa que ahí es donde más ha disfrutado en su carrera profesional.

“El teatro se te mete dentro”.

A pesar de que ahora la enfermedad le trastabilla los gestos y le obliga a hacer las cosas despacio, midiendo el tiempo y la distancia, reconoce que sus manos lo han sido todo para él. Con una habilidad innata para la mecánica, ha hecho un poco de todo, mecánica, reparaciones, jardinería…” Me llamaban el McGiver de Torrelodones, tenía habilidad para reparar cualquier cosa”.”A pesar del Parkinson sigo pudiendo hacer un montón de cosas, menos alguna como cargar un motor” reconoce.

Tras el teatro, estuvo una temporada como jardinero en los jardines de Torrelodones, ahí volvió a atacarla el veneno del espíritu empresarial que le ha acompañado durante toda su vida y para el que aún no conoce antídoto. Montó una pequeña empresa de cuidado de piscina y montaje de riego automático, que al poco tenía nueve empleados y generaba beneficios. Preguntado sobre si prefiere la situación de empresario o trabajador, reflexiona un momento “ser empresario es muy arriesgado, arriesgas, tu dinero y encima muchas veces eres el malo de la película, a mí me las han dado de todos los colores, por el contrario tienes muchas satisfacciones de ver levantar tu propio proyecto”.

“Gracias a Dios yo siempre he tenido un talante negociador”.

Con 64 años Fernando hubo de abandonar el negocio para ocuparse de los últimos días de su mujer. A esa edad se vió de nuevo dando aldabonazos a la puerta del INEM, cuando muchos ni sueñan con encontrar un trabajo cargando con una discapacidad y la fe inquebrantable que ha tenido siempre unida a una pizca de suerte le hizo regresar al mercado laboral. Con 64 años fue acomodador del Palacio Real. “Por primera vez en mi vida tuve vacaciones” confiesa. Recuerda emocionado el día en que le dio un ataque y hasta el director de la obra subió a ver que tal estaba.

“Yo he buscado trabajo de lo que sea con tal de mantener a mi familia, si no sabía hacer algo lo aprendía, además siempre me ha gustado variar, he hecho un poco de todo, quizás la gente hoy se ha acomodado un poco más, si eres informático buscas sólo trabajo de informático no sé si es mejor o peor pero es muy diferente” confiesa antes de pasar orgulloso a enseñarme su casa.

La casa se expande y se contrae a su gusto dejando a la vista montones de rincones mágicos que desbordan sus aficiones. Y la siguiente hora vuela entre la fascinación que provoca su interminable colección de programas de películas antiguas, experimentando con antiguas cámaras de vídeo o viajando en sus locomotoras de juguete, por las que aún deja traslucir un aprecio juguetón, vestigio imperecedero de la niñez. Además Fernando es un profundo conocedor de la Guerra Civil española y aprendió informática con 60 años, tiene hasta perfil de facebook y fue cinturón negro de judo y disputó hasta algún combate de boxeo con los miembros de la selección española de boxeo y…

“Yo no le tengo miedo al ridículo y que si me tengo que echar un baile agarrado a mi bastón para no caerme me da absolutamente igual lo que piensen los demás. A mí me gusta divertirme” sostiene desafiante. Y no puedes evitar creer a este tipo duro y tierno a la vez,dispuesto a caerse mil veces y levantarse de nuevo y a devorar la vida y su enfermedad con la dentadura postiza que siempre te generan las ilusiones. Después de todo si tiene que temblar algo que tiemble la muerte si algún día viene a recogernos.

Fernando está en Amigos de los Mayores desde el mes de octubre. Está contento con Humberto,to su voluntario. Juntos a veces van al médico o salen a dar una vuelta, en ocasiones tan sólo se quedan en casa arreglando cualquier cosa. Fernando admira los conocimientos en informática de su voluntario y reconoce que su calidad de vida ha mejorado desde que recibe sus visitas.