Emilia vive en el centro de Malasaña, entre ultramarinos chinos, tiendas de ropa vintage y locales moda de repletos de veinteañeros el barrio aún guarda espacio para miles personas como ella, testigos privilegiados de su evolución durante los últimos ochenta años. Porque Emilia ha vivido en esta casa, su casa desde 1935, cuando llegó con apenas cuatro años en las vísperas de la Guerra Civil ,“cuando “los pacos” se subían a los tejados del 2 de Mayo y tenías que tener cuidado para que no te disparasen”. Y aunque hace tres años que Emilia no sale a la calle, considera que el barrio no ha evolucionado precisamente para mejorar. “Antes las fiestas del barrio eran mucho más bonitas, llenas de majas y chisperos, los últimos años esto se había llenado de coches, cuando era niña uno de los primeros coches que se vio por el barrio fue el de mi padre, un seiscientos blanco muy bonito ”.

Emilia es una persona cultivada y curiosa, en los rincones de su casa se amontonan los libros. Todo le interesa, conversar con ella es como un ejercicio de prestidigitación, manejando mil temas en el aire y saltando de uno a otro. Y así pasamos de la literatura al arte, y del arte los viajes y entonces Emilia enciende un pitillo.“ Tengo 84 años y me fumo un paquete diario como he hecho desde que tenía 15. Hace poco vino a verme el médico, me inspeccionó los pulmones y me dijo que disfrutase los años que lo mejor que podía hacer era disfrutar de los años que me quedasen de vida y fumar a gusto”. Dice exhalando el humo con una sonrisa. Bastan cinco minutos de charla con Emilia para saber que es una mujer de carácter.

Sólo hay dos cosas de las que se arrepienta en su vida; el no haber tenido hijos que la acompañen en su vejez y no estudiar medicina, su verdadera pasión. “En aquella época era muy infrecuente que las mujeres sobre todo las de clase media fuésemos a la Universidad, y en mi caso ante la falta de recursos mi padre optó por apoyar al varón, en concreto a mi hermano mayor”. Pero Emilia ha seguido interesándose por la Medicina y poniendo a prueba su capacidad de diagnóstico en situaciones más cotidianas; como cuando el año pasado se cayó en casa y supo instantáneamente que se había roto la cadera o demostrando que es poco impresionable como aquella vez en Colombia cuando intentaron robarle el reloj y ella se negó.Entonces su agresor entonces le cortó de un tajo las venas de la muñeca y ella acudió a la embajada ensangrentada y tuvo la sangre fría suficiente para pedir una ambulancia mientras sus compañeros se desmayaban y ella al menos agradecía mentalmente el que le hubiesen cortado las venas y no los tendones.

Porque sí, han oído bien, Emilia vivió en Colombia siete años y medio y lo mejor será empezar por el principio. Al no poder estudiar medicina se apuntó a una escuela oficial de secretariado en la Calle Fuencarral, su padre nunca quiso que trabajase pero cuando este falleció su primera experiencia laboral pareció caerle del cielo, tenía 34 años. El hijo de una amiga acabó la carrera diplomática y fue destinado a Bogotá como cónsul, en aquellos momentos necesitaba una secretaria particular. Emilia se presentó a la entrevista y en unos meses volaba con destino a Colombia previa escala de un mes de vacaciones en Miami. No lo pensó mucho

“Siempre he sido una mujer valiente a la que le ha gustado hacer lo que ha querido”.

De Miami recuerda los centenares de cubanos emigrados, con muchos de ellos trabó amistad y sus paseos por la playa. Cuando llegó a Bogotá lo primero que hicieron al bajar del avión fue ofrecerle un tinto, “yo creía que era un vaso de vino pero se referían a un café para combatir el mal de altura, cuando volvieron con él yo ya me había desmayado, y desperté en el hospital”.

De sus años en Colombia guarda unos recuerdos imborrables trabajando para el cónsul “era un país inseguro y peligroso con dictadura, pero lo mejor era la gente, me trataban muy bien”. Conoció Venezuela y Panamá y viajó por casi todo el país, la impresionó especialmente la selva amazónica. “En los años sesenta la mayoría de indígenas aún iban en taparrabos, la selva era preciosa”. Nunca se casó, tuvo algún novio “Pero en Colombia los hombres querían a las mujeres para tenerlas encerradas en casa y acostarse con ellas, nada de salir de paseo , así que al final no cuajó. Ella siempre ha tenido las ideas claras.

“Cuando murió mi padre y me sentí libre me aseguré que nunca más me manejaría ningún hombre y así lo he hecho”.

Un día Emilia acudió a la terraza del cónsul y allí encontró hablando a su jefe con un joven de unos treinta años con bigote y bastante guapo. Estuvieron hablando durante un buen rato y a ella le pareció muy agradable, al marcharse le regaló un libro dedicado. Aquel libro era Cien Años de Soledad y el joven se llamaba Gabriel García Márquez.

“En aquella época con el régimen de Pastrana no estaba bien visto y no podía publicar en Colombia donde no era tan conocido, sus libros se leyeron antes en Colombia, un día mi hermano me pidió el libro dedicado y lo perdí. A cambio he leído la mayoría de sus libros, el otro día Daniela mi voluntaria me regaló “Crónica de una Muerte Anunciada”. “Era un gran escritor y un joven que hablaba muy bien, es una pena lo de su Alzheimer, pero así es la vida y así somos los viejos”.

Un día a su jefe lo destinaron a Inglaterra y ella no siguió sus pasos y volvió a Madrid para cuidar de su madre que estaba sola. Aún recuerda lo bonitas que eran las luces del puerto de Cartagena la noche en que le dijo adiós a Colombia para siempre. En España no se entregó a la nostalgia y se puso de nuevo a trabajar de inmediato, primero para un laboratorio médico y después para al empresa de su hermano, ambas como secretaria. Vivió con su hermana y con su madre y fue feliz en sus años de madurez.

Hoy hace lo que le da la gana “Ayer me acosté a las tres y media de la mañana viendo un reportaje en televisión sobre los inmigrantes de Ceuta y Melilla muy interesante, después estuve leyendo hasta las seis” Emilia lee continuamente y conserva una vista perfecta sin necesidad de gafas, “hoy me he levantado a la una de la tarde”. Y así Emilia comparte horarios de vigilia y trasnoche con muchos de sus vecinos de Malasaña sesenta años más jóvenes que ella, aunque dedicada a otro tipo de actividades, le hace gracia cuando lo piensa.

Anda un poco enfadada con “el de arriba” desde que se llevó a su hermana por un cáncer, aunque sigue rezando ha dejado de ir a misa aunque comprende que las cosas son así. Tiene a Narcisa una ecuatoriana que le envía el Ayuntamiento que le cocina y con la que se lleva muy bien, y a su sobrina Gaby y ahora a su voluntaria Daniela que para ella se ha convertido en una nueva amiga. Aunque a veces se siente sola, especialmente en días como el de ayer donde si siquiera sonó el teléfono.Lo que sabe con seguridad es que;

“Quiero morime en mi casa no en una residencia”.

Y así después de enseñarme un libro sobre los grabados de Venecia que le encanta y otro sobre Soroya me despido de esta mujer valiente arrancándole la promesa de que volverá a salir de casa. “Tal vez uno de estos días” dice con una sonrisa, y entonces enciende otro cigarrillo.

Emilia conoce a Amigos de los Mayores desde hace apenas cinco meses, una vecina con la que tiene una relación muy estrecha descubrió lo que hacíamos en Internet y le recomendó que nos llamase.Tras entrevistarse con nosotros y como a veces se sentía un poco sola decidió solicitar un voluntario.En pocas semanas Daniela comenzó a visitarla.

Daniela es mexicana, tiene 25 años y estudia diseño en Madrid,para ella Emilia se ha convertido en una amiga muy especial. Juntas charlan de mil cosas, a las dos les encanta leeer y tras conocer la anécdota con García Márquez decidió regalarle “Crónica de una muerte anunciada” Está empeñada en que Emilia salga con ella a dar una vuelta “Aunquesólo sea hasta la plaza del 2 de Mayo”.