A los cuatro años Carmen leía cuentos de hadas. Leía a escondidas y hasta las tantas como sólo puede hacerse en la infancia, hasta que su padre tenía que pedirle que apagase la luz porque se iba a quedar ciega. Y algo del polvillo mágico de aquellos cuentos se impregnó seguramente en Carmen, que aún conserva a sus noventa años las maneras de un hada traviesa y coqueta.

Su casa del barrio de Lavapiés donde ha vivido desde los 4 años, está llena de prodigios. De estatuas de Budas barrigones, muñecos de juguete y recetas médicas a las que si les das la vuelta se convierten en poemas. Porque a la niña que leía bajo las mantas y se escapaba de casa para irse a bailar no le quedó más remedio que adoptar una manera de ver el mundo. No le quedó más remedio que hacerse escritora.
Su padre era corrector ortográfico en el conocido periódico madrileño “La voz y el Sol”, enamorado de tipografías y el olor del papel se encargó de la educación de Carmen y le transmitió su pasión por los textos. “Hasta los quince años no fui a una academia, aunque ya sabía leer y escribir, odiaba las matemáticas. Era de las últimas de la clase, hasta que un día nos tocó hacer una redacción sobre nuestras madres. A la profesora le encantó y me pasó a los primeros bancos”.

Carmen publicó su primer libro de poemas a los 82 años “Cuando el corazón habla”. Ahí carga los versos con que disparar al mundo, al dinero, a la política, amor y a la vida. Nada se le escapa a una nonagenaria que siente que aún tiene muchas cosas que decir. “La inspiración me viene de cualquier cosa, miro por la ventana, los pájaros, las nubes, de la tele…”. Ella trabaja donde apura los minutos y escribe sonetos con su letra menuda detrás de los medicamentos que le recetan para el estómago.

“Cojo una idea y lo escribo todo del tirón,aún me sé los versos de memoria.”

Y tras el primer libro llegó el segundo, cuando publicó “recordando el ayer, viviendo el presente”, tenía 86 años. Un día la llamaron del programa Espejo Público en Antena 3 para hablar de sus libros. “Al llegar ellos estaban empeñados en que hablase de la soledad de los ancianos y de las residencias”. Pero Carmen como Umbral había ido a hablar de su libro y rebelde como ha sido siempre aprovechó el programa para colar sus cuñas publicitarias. “Ya que me habían hecho madrugar”.

A los 16 montó un salón de peluquería en su casa, allí acudieron durante años las vecinas de Lavapiés, a que Carmen les improvisase sonetos y canciones mientras les arreglaba los peinados. “Siempre me ha gustado todo lo que ha tenido que ver con la belleza, ya sea estética, la música o el arte”. Carmen ha sido una mujer muy guapa y aún exhibe con gracia los restos de su belleza, y aunque rompió muchos corazones. “Mis novios eran casi todos de fuera “nunca se casó “no era mi destino, boda y mortaja del cielo bajan”. A los 55 años cerró el salón de peluquería y se puso a escribir en serio.

Carmen ha visto como crecía el barrio de Lavapiés con ella. Hoy ha cambiado mucho y casi no lo reconoce. “Ahora es otro mundo, me siento como una forastera aquí”. Cree que se ha perdido gran parte del vínculo que existía antes entre los vecinos. “Antes los vecinos éramos como una familia, se jugaba a las cartas, nos hacíamos recados, cuidábamos unos de otros cuando estábamos enfermos…

“Mi edificio está lleno de gente y casi ninguna se comunica, en general hay poca comunicación por todos lados”.

Pero ella no está dispuesta a rendirse porque vive sola y pasa las horas acumulando ganas de hablar. Carmen tiene aún muchas cosas que decir a todo el que quiera escucharlas. Y así en el Lavapiés multicultural muchos conocen ya a esta hada revoltosa que reparte bromas y conversaciones entre los vecinos.

“Me invento cosas para salir de casa por las mañanas, algo que comprar… aunque luego al final no me lleve nada pero entro en las tiendas y regateo. Así hablo y conozco a la gente”. Nos muestra una estatua de Buda plateada que preside su aparador “le regalé al dueño de una tienda china del barrio mi libro y a cambio me dio esta estatua, me trae suerte”.”Me llevo bien con los chinos, aunque nunca recuerdo sus nombres, cuando se los pregunto me suenan todos iguales, glinglinglin”. También tiene buena relación con sus vecinos hindúes ,“un día le alerté sobre las cucarachas de su piso y le dije que las pisase, me dijeron que no podían que eran espíritus” repite con asombro.

Cuando no tiene nadie con quien hablar Carmen acude a algún banco de la plaza de Lavapiés y allí se sienta a pegar la hebra. “Me gusta sobre todo hablar con los jóvenes, la gente de mi edad a veces me aburren un poco y a mí me gusta que me llenen de energía. Muchas mayores se ponen a contarme como se prepara un bizcocho y yo les digo déjate de rollo…me siento un espíritu joven”. “Le hablo a todo el mundo de tú, de usted sólo a los curas y a los médicos”.

A veces Carmen se pone triste, por el paso del tiempo, o porque se siente sola y sigue teniendo mucho que contar. En cambio “cuando estoy con gente siempre me siento alegre” dice guiñando un ojo.
Abrimos al azar “Cuando el corazón habla” y elegimos un poema.

“Como un libro ya leído
La vida pasa las páginas
Lo llorado, lo reído
Recuerdos de lo vivido
Lo que quisiste, perdido
todo es tan repetido,
como un libro ya leído
la vida pasa las páginas”.

“Pronto sacaré el tercer libro si puedo, me gustaría donar los beneficios a una ONG”. Dice mientras revuelve recetas médicas de las suyas, de esas que curan el alma, porque “Para mí escribir es como una terapia”, y al decirlo se asoma a su cara la niña que ha mantenido viva todo este tiempo, esa que confiesa que aún lee cuentos de hadas.

Carmen lleva poco tiempo en Amigos de los Mayores, apenas dos meses con su voluntaria Amelia. De momento está encantada y quedan para charlas de mil cosas. Pronto asistirán a un concierto de Zarzuela. “A mí me viene muy bien tener alguien con quien hablar”

Además Carmen recibe otro voluntario de Solidarios para el Desarrollo. A ella le gusta charlar, coser, reir , cantar y siente que tiene mucho que ofrecer. “Como buena sagitario soy activa y lanzada, no estoy hecha para vegetar”.