La niña mira a su padre mientras parece apretar con fuerza el manillar. El gesto concentrado y los nervios de alguien que se enfrenta al desafío más importante de su vida. Sobre todo si esa vida es corta y para contar en años aún puedes utilizar los dedos de una mano. Dedos como el que recorre la instantánea 83 años después. La vida puede pasar a la misma velocidad que un sprint lanzado en la última etapa de la Vuelta a España.

“Aquel día quedé segunda, como premio me dieron un reloj plassier que conservé hasta después de casa. Sólo recuerdo que el portero Ricardo Zamora levantó el banderín de salida y que al subir al escenario a recoger el premio no quise firmar a pesar de que ya sabía hacerlo bien”. La vida de Amelia está ligada al ciclismo. Su padre Miguel García tenía una tienda donde reparaban y alquilaban bicicletas. Miguel tenía dos pasiones; su trabajo que le hizo crear uno de los primeros clubes de ciclismo de España, el Real Velo Club Portillo y su hija Amelia que en el momento de la fundación contaba con un año de edad. Así su historia se unió al club a través de los años y se convirtió en la única mujer y miembro más joven en sus inicios.

“De mi infancia recuerdo sobre todo las carreras y las excursiones en bicicleta, tenía una bicicleta roja muy bonita que es con la que aparezco en la foto y con la que corrí aquella competición”. “Era un ambiente muy sano, el deporte siempre aporta cosas”. Amelia recuerda sus mil anécdotas construidas a base de pedales “Con doce a años fuimos con el club a Cuenca, a más de 80 kilómetros de Madrid, a poco de llegar me dio tal pájara que aunque ya veía la ciudad allí al fondo, me tuvieron que remolcar para llegar”.

“La máxima distancia que recorrí en bicicleta fue con mi padre, en tándem hasta Salamanca”.

Y así pasaron los años dando vueltas mientras Amelia corría del colegio al club y del club al colegio. Infancia, adolescencia y juventud atravesadas al galope como metas volantes y libros abiertos entre agujetas. Hasta que dejó el instituto con 16 años e hizo un curso secretariado en el Centro de Instrucción Comercial, poco después comenzaría a trabajar, nunca perdió su pasión por el ciclismo. Con esos antecedentes el amor sólo le ofrecía un recorrido lógico, acabar casada con un ciclista profesional.

Amelia conoció a Ángel García en el club por supuesto, en aquella época era gregario del célebre Julián Berrendero y compaginaba vueltas a España con un taller de joyería. Pasó a disfrutar del ciclismo también siguiendo y animando a su marido. “Me crié con unos padres estupendos, y la verdad es que también tuve mucha suerte con él”. Estuvieron casados cuarenta años.

“Si hubiese podido cambiar algo, tal vez no hubiese dejado de trabajar, pero aquella época era distinta. A cambio crié a mis hijas y tuve un matrimonio feliz, pero hoy con las facilidades que hay no hubiese dejado de trabajar”. Por el contrario también ve aspectos positivos “Las madres de entonces, hemos sido las marujas de ahora y para mí ha sido un placer cuidar de mis nietos y ayudar a mis hijas mientras trabajaban”.

Amelia tiene dos hijas y cuatro nietos, uno de ellos es nadador y ha sido olímpico en los 100 metros braza. Dos entrenan a un equipo de waterpolo y su única nieta era una fuera de serie en la gimnasia rítmica hasta que se lesionó la rodilla.

“El deporte es muy bonito, a mi me encantaba y ha sido mi vida durante mucho tiempo, te ayuda a crecer sano de cuerpo y de mente”.

Hoy contempla los últimos kilómetros de la carrera como “una mujer feliz a pesar de los tropezones”. “La vejez ha cambiado mucho desde cuando yo era una niña hasta ahora, antes los abuelos vivían en las casas familiares y recibían un cariño más constante de toda la familia. En cambio antes tenían que ajustarse a lo que se esperaba de ellos, les correspondía el papel del abuelo de la casa y a eso había que ajustarse. Hoy la gente mayor está más sola pero por el contrario puede desarrollar más su personalidad y su independencia”. “Yo tengo mejor vejez que la que tenía mi “abuela” concluye.

Recuerdo cuando en aquella época veía con mi marido los seiscientos pasar cargados con colchones, y decíamos mira viejo va, viejo viene”. Eran los hijos que tenían que repartírselo, ahora si queremos tenemos más independencia. Yo quiero seguir viviendo en mi casa”.

Un verano su marido fue a correr a Italia donde fabricaban el mejor material de ciclismo de la época Volvió con dos máquinas nuevas y resplandecientes, al poco las arregló, y pintó en cada una “Ángel y Meli en letras blancas”. Las dos eran rojas, como todas las bicicletas de su vida.

“Daba muchos paseos con mi marido en bici. Cogíamos el coche e íbamos a lavarlo al Pardo. Subíamos las dos bicicletas a la baca y después de levarlo nos íbamos a hacer excursiones por el campo”. Un día Ángel dejó de pedalear y Amelia se quedó viuda. Tenía sólo 65 años y fue uno de los momentos más duros de su vida. Ahora las bicicletas las utiliza su hija para montar con su marido.

“Lo pasé muy mal pero intenté no hundirme, empecé a hacer y a apuntarme a cursos, de marquetería, de francés, de filosofía…, e incluso uno de enigmas en el que estudiábamos los grandes enigmas de la historia que se habían quedado sin resolver. Siempre me ha interesado saber de dónde venimos”. Amelia no está dispuesta a rendirse sin luchar, y siempre ha encontrado un montón de ilusiones por el camino. Por ejemplo en las amigas con las que se reúne todos los miércoles, a tomar algo. “somos seis la menor con 83 años y yo que soy la mayor con 88” y sobre todo en su familia a la que adora.

Entre su marido y ella enseñaron a todos sus nietos a montar en bicicleta. Recuerda como ya abuela salía con todos los niños de la urbanización a hacer excursiones y un día un crío se desvió de dirección. Ella le señaló que no era el camino correcto, él le contestó que quería pasar delante de su casa “porque sus padres no se creían que la abuela montaba en bicicleta”.¿Recuerda la última vez que montó en bicicleta?

“Tendría unos setenta y algo, fui a acompañar a una amiga a un balneario y alquilaban bicicletas, a mí me parecía una tontería pagar por eso, el responsable me dijo que si era capaz de montar, me lo dejaba gratis”. Ríe con picardía.

El Real Club Velo existe aún y sobrevive a la proliferación de más asociaciones, cuenta con 87 años de vida y por él han pasado desde Bahamontes a Contador. Amelia es la socia más antigua y continúa asistiendo a algún que otro homenaje y reuniones de vez en cuando.

El padre sonríe a la niña y sujeta el manillar seguramente le da los últimos consejos antes de la carrera. Aquel día Amelia llegó segunda, competía con niñas mucho más grandes, el banderín de salida lo levantó el mítico portero Ricardo Zamora, le dieron como premio un reloj, saludó y se olvidó de firmar. Aquel día Amelia aprendió que la vida era una carrera de fondo.

Amelia lleva en Amigos de los Mayores cerca de tres años. Un día tuvo un problema cardiaco y mientras se recuperaba pasó unos meses en una Residencia. La experiencia no le convenció y tampoco quiso mudarse a casa con sus hijas pese a la insistencia de estas.Les pidió al menos un periodo para probar que podía desenvolverse en casa por si misma.

El primer día después de salir de la residencia, tuvo un tropezón en la calle y se rompió el brazo. Sus hijas recibieron una llamada para acudir al hospital de La Paz , pero Amelia quería seguir viviendo en sus casa. Así contactó con los servicios de asistencia del ayuntamiento y así descubrió a Amigos de los Mayores. Desde entonces ha participado en todas nuestras actividades, vacaciones, salidas y excursiones… y ha tenido tres voluntarios con los que mantiene una relación excelente. Justo el día de la entrevista recibe la visita de su voluntario Carlos. Ella dice que “La Fundación le da vida, los voluntarios son un oasis de joyas humanas”.